Daniel Dimeco

Escritor, dramaturgo y director de teatro


LOS PERROS LADRAN DE NOCHE (Colección Cultura Popular Ayuntamiento de Zaragoza)

Accésit Premio de Relatos
Ciudad de Zaragoza 2012
Zaragoza (España)

Colección Cultura Popular
Ayuntamiento de Zaragoza
ISBN: 978-84-8069-578-7
Año de edición: 2012
Género: cuento

Me arrepiento. Cada vez que me detengo un instante y reparo en aquel año, lo cual sucede cada día, cada vez que lo pienso, ahora que ha pasado el tiempo, ahora que han muerto todos, sé con certeza que no debí haberme acercado hasta la casa de los Galda, candil en mano, una gorra calada hasta las orejas, empujado por la curiosidad propia de mis doce años y un enamoramiento platónico. Si no hubiera merodeado por allí, no habría llegado a ver lo que vi y ahora no estaría obligado a recordarlo, como vengo haciendo desde hace más de sesenta años. También es justo decir que no sólo me acuerdo de los hechos malos, sino también de aquel aroma dulzón, de aquella mirada renegrida y de sus piernas y caderas oscilantes que tanto se parecían a las que después descubrí en las actrices italianas del Cinecittà…


LOS PERROS LADRAN DE NOCHE: Accésit Premio de Relatos Ciudad de Zaragoza 2012

El XXVIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza 2012 ha otorgado el primer premio del certamen a El milagroso regreso, obra del mexicano José Luis Enciso Martínez. El concurso, al que han optado cerca de 300 trabajos, ha destacado con dos accésit las obras Los perros ladran de noche, de Daniel Dimeco, y Dios no está con nosotros porque odia a los idiotas, de Miguel Ángel González González.

Los tres relatos se incluirán en un libro publicado por el Ayuntamiento de Zaragoza.

Heraldo de Aragón
Zaragoza, 28 de marzo de 2012


TIERRA DE MIEL Y LECHE (Ed. Centro de Estudios de la Mujer)

6º Concurso de Relatos Cortos María Moliner
Edición: Centro de Estudios de la Mujer, Las Rozas (España)
Año: 2008
Género: Relatos

París, 1985. Café Deux Magots. Cinco de la tarde.

Los franceses se van desprendiendo de la rigidez invernal en el albor de la primavera. -De repente se difuminó. Sus alas rozaron la ardorosa aura de la lámpara de mi mesa de trabajo. Sí, una libélula se suicidó a treinta centímetros de mí. Dejó de ser unas bonitas alas para convertirse en un maloliente humo gris. -¿La muerte? –me interesé. -Sí, la muerte, Madame. ¿Usted la conoce? -Me temo que no. Al menos no tanto como la conoce usted, Monsieur Genet. -Yo he visto algunas muertes. En Chatila, que es por lo que usted me ha contactado, vi muchas muertes en una grande…